Enamorarse o amar, he allí el dilema

“Amar es amar de suerte/ que al ponerle medidor/ te encuentras con que el amor/ es más largo que la muerte. Y en el querer lo estupendo/ y en el amar lo profundo/ es que algo le toque al mundo/ de lo que estamos queriendo”.

“Pleito de amar y querer”, Andrés Eloy Blanco

PERLA CRESPO-IZAGUIRRE

Enamorarse y amar. Amar y enamorarse. Parece que fueran lo mismo fueran dos gemelos que vienen de la mano, pero la realidad es muy distinta. Uno nace primero que el otro, y como algunas semillas, se queda al resguardo del suelo o crece un poco, pero jamás florece. Es decir, el enamoramiento y el amor no necesariamente conviven.

Si vamos al diccionario para revisar sus acepciones, podemos encontrar una importante y sustancial diferencia.

AMOR
“Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.

ENAMORAR
“Excitar en alguien la pasión del amor”.

Con esto queda claro que –a diferencia de la indescifrable disyuntiva del huevo y la gallina–, el enamorarse es el paso previo al advenimiento del amor. No obstante, porque nos enamoremos, no quiere decir que llegaremos a amar.

Etapas del amor

En innumerables literaturas, se afirma que el amor tiene tres etapas: EROS, AGAPE y PHILOSEROS es la que corresponde al enamo- ramiento. Eros entraña el amor romántico y sexual que experimentamos cuando senti- mos ese despertar curioso por el otro. Se cree que el mismo dura entre seis meses y un año (los más optimistas piensan que has- ta dos años) y lo que sí se sabe con certeza, gracias a varios estudios –entre ellos el de Helen Fisher– es que en él la dopamina hace de las suyas. Esta hormona actúa como una droga que produce una enorme y placente- ra sensación de éxtasis, la cual hace que hagamos cosas que en nuestro sano juicio ni osaríamos pensar.

Cuando estamos en medio de EROS nos tornamos intensos, y muchos se convierten en llamadores compulsivos –anoten, esto puede ser contraproducente, porque cuando el efecto pase y dejen de llamar con tanta asiduidad, se lo reclamarán–, en ingeniosos amantes, o en regaladores de oficio. Y es que este químico es tan potente, que es como si nos hubieran convertido en el incansable conejito Energizer.

Todo tiene justificación, mostramos lo mejor de nosotros y hasta somos más pacientes, comprensivos y detallistas que de costumbre. Todo bien hasta ahora, ¿verdad? El meollo viene cuando EROS quiere ser AGAPE.

La dopamina –llamada la hormona de la pasión– empieza a aminorar su bombeo del cerebro al torrente sanguíneo y, entonces, muchos sienten (hombres y mujeres por igual) que ya no es lo mismo, que algo cambió, y surge el famoso “no eres tú, soy yo”. Es en esta etapa en la que se acaban las relaciones que no son sólidas. Y es que hay gente que sencillamente es adicta a la dopamina y, tal como un drogadicto, necesita más y más.

«Y es que cuando estamos a punto de cruzar la frontera de EROS a AGAPE (del enamoramiento al amor), surge cualquier cantidad de complicaciones, interferencias, personas y/o situaciones que intentan separarnos de la persona en la que nos fijamos y, en medio de ese torbellino de pruebas, es fácil perder el camino y olvidarnos de nuestras prioridades,
y desistimos de construir nuestra relación ideal.«

Es aquí cuando entran en una suerte de ataque de abstinencia, al sentir que su efecto aminora. Entonces, deciden terminar una relación, sin saber que con la entrada al AGAPE se experimentan los efectos de otra poderosa hormona, la del amor: la oxitocina. Los científicos señalan que esta sustancia es la responsable de la creación de vínculos amorosos, pues su emanación produce una sensación continua de sentirse queridos, de permanencia y felicidad.

Es en el AGAPE cuando nace el amor, pues al crearse estos vínculos, uno se siente en la libertad de dejar de ser absolutamente maravilloso, para simplemente ser uno mismo. Acá dejamos que nos conozcan y conocemos, y lo más interesante aun, es que en medio de ese conocimiento del otro, nos conocemos a nosotros mismos. Paradójico; sin embargo, llegar al AGAPE no es fácil, y por ello, si bien muchos son los llamados, parecen ser muy poco los elegidos, o más bien los valientes.

En-amor-miento (luego no digas que no sabías)

Sí, enamorarse es delicioso… la sensación que se experimen- ta es lo más parecido a hacer derretir un bloque de suculento chocolate en nuestra boca. En cambio el amor, el amor es otra cosa. Es más que el cosquilleo champañizante del flechazo. Es como dice Erich Fromm en El arte de amar, “una acción voluntaria que se emprende y se aprende, no una pasión que se impone contra la voluntad de quien lo vive. El amor es, así, decisión, elección y actitud”.

El amor es un sentimiento real, que se hace tangible como resultado de una emoción basada en la atracción y la admiración mutua. Pero también es el fruto de un trabajo constante hecho desde el conocimiento, la aceptación y el respeto. El verdadero amor se construye en la equidad del 200 por cierto, pues este necesita la pericia de dos seres completos (100% y 100%), para edificar y desarrollar un objetivo, que no es otro que la verdadera plenitud y felicidad del bien quererse, sin dejar de ser quien se es.

Siendo así, es entonces cuando cabe hacerse una pregunta: Si bien, a lo largo de nuestras vidas podemos tener la certeza de habernos enamorado, al menos una decena de veces, ¿podríamos afirmar que hemos amado la misma cantidad de veces? O mejor aún, ¿hemos amado alguna vez? ¿Nos hemos enamorado, o hemos amado? He allí el verdadero dilema.

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