Al ver la elección de Miss France caí en cuenta de que estamos siendo testigos de una revolución que no solo redefine la belleza, sino que la reinventa por completo del concepto de los certámenes
PERLA CRESPO-IZAGUIRRE
Me senté ese sábado a ver la tele y entre la maraña de opciones que se despliegan en el aparato a penas encenderlo, el aviso de Miss France robó mi atención. Uno que es venezolano hasta las medias, no puede soportar el morbo que provoca el ver otros concursos y compararlo con la estructura mítica del “magno evento de la belleza”: el Miss Venezuela.
Inicialmente, la idea era ver qué tal y pasar luego a Netflix a ver la última temporada de The Crown. Pero no. El concurso me atrapó. El esquema “llame ya y vote por su favorita” no deja de sorprenderme. Sí, ya sé las cosas ahora son de otra forma. Inclusivas, para decirlo con la palabra de moda, pero aun así no dejan de parecerme asombrosas.
Lo otro que captó mi atención fueron los performances musicales. Nada de súper estrellas del canto. Todo iba de candidatas que participaban de coreografías bastantes simples, pero bien montadas y ejecutas, junto con videos sobre sus actividades en el tiempo previo a la noche final del concurso. Particularmente, quedé encantada con el paseo de las candidatas por Guyana Francesa (donde vivo) y por el precioso trabajo de la Miss Francia saliente con las mujeres enfermas de cáncer. Todo muy charming, muy conmovedor.
No obstante, sí extrañé del Miss Venezuela el buen gusto de los trajes de baños, de los vestidos de las chicas y sobre todo del traje final. En esto el certamen francés debe mejorar. Sin ánimos de ser misologa o algo por el estilo, confieso que quedé decepcionada y hasta atónita con lo kitsch del vestuario. En casa de “herrero cuchara de palo”, pensé, porque en la nación de las grandes casas de modas y el haute couture, el savoir faire y la elegancia brillaban por su ausencia.
Lo peor de todo fue el traje de gala, todos vestidos dignos de quinceañeras de los 80. Sin duda, el esquema patentado por Osmel Souza de darle la oportunidad a los noveles diseñadores en una pasarela tan importante es algo digno a copiar. No solo porque empodera a los nuevos talentos, sino porque suma vistosidad y belleza al evento, y por supuesto a las chicas.
Salvo lo anterior, el concurso me pareció bonito. Las candidatas todas preciosas y distintas en tallas, color de piel y tipología. Una gama de belleza muy coherente con lo que puedes encontrar en un país tan diverso en territorios y población como este.
La revolución de la diversidad
La Miss France saliente era una chica de Guadalupe. Una bellísima mestiza de piel canela, algo muy propio de los lares caribeños. Pero esto no es raro. Ya ha habido otras reinas francesas de belleza igual. Lo anecdótico de esta edición, al menos ante mis ojos, es que todo el concurso haya tenido un cariz woke*[1].
Esto de entrada fue super evidente, desde mi perpectiva, tanto en las preguntas a las cinco finalistas como las respuestas de éstas. De hecho, de esas cinco preguntas me llamaron a atención dos. La primera hacía referencia a una famosa frase de Simone de Beauvoir “no se nace mujer, se llega a serlo”, la cual estaba hecha -al menos de mi punto de vista- para hablar de la transexualidad y las definiciones de género, arista que la candidata esquivó -bien por inocencia o bien por prudencia- y la respondió muy hábilmente desde la importancia de no uniformar o encasillar las mujeres. La segunda fue la hecha a la ganadora del certamen, Ève Gilles, representante de Nord-Pas-de-Calais, e iba sobre el bullying.
Magistralmente la chica se valió del recurso del “yo lo viví” para armar un discurso coherente y ejemplarizante. Ella dijo haber sido víctima del bullying desde el momento de haber tomado la decisión de participar en el concurso. Luego, ya dentro del mismo, se le cuestionó lo corto de su cabello y el hecho de tener un cuerpo andrógino, todo lo cual la hacía tener pocas esperanzas de ostentar la corona. “Nadie puede decirte quién debes ser. Y por supuesto, invito a los niños a hablar de esto con un adulto”, cerró.
«La antigua fórmula del 90-60-90 y las melenas largas están destinadas a ocupar estantes de museo, mientras damos la bienvenida a una era donde la gracia en las palabras supera a “la perfección” de las figuras.»
Recuerdo que pensé “excelente respuesta, pero no vas pa’l baile” y por fortuna me equivoqué. Y desde mi sofá en Guyana asistí a un hecho que, luego la prensa lo describió como histórico, la primera Miss Francia en 100 años de cabello corto y con una misión más allá de “la paz mundial” entre manos: el cambio de la enseñanza de las matemáticas y el impulso a las niñas por la ciencia.
La gran apertura
Asistir en primera fila al gran cambio de los certámenes de belleza puede que te suene a algo banal. Si piensas eso, con todo respeto permíteme contradecirte. No, no es banal, es maravilloso. Ver como un Luis Olavarrieta con desparpajo y seriedad le hace una pregunta a la Miss Venezuela actual (que es madre), sobre el embarazo adolescente, es increíble.
Disfrutar de la sabrosura envidiable de una Miss Nepal de talla plus en el escenario del Miss Universo, es entender que entramos en otro mundo. Sí, lo sé. Quizás mi mirada es naïf y todo esto se trata de ratings y de moda. Pero, honestamente, no lo creo.
Pienso que teníamos los ojos y la vida cansada de ver en todos lados (medios, redes sociales, cine y publicidad) una realidad maquillada, una perfección inexistente que hizo más mal que bien en términos de construcción estándares de belleza y autoestima. Y si bien confieso abiertamente ser un poco alérgica a convertirlo todo en una “lucha por los derechos de algo o de alguien”, y estar permanentemente con una pose “buenista”, si creo que era hora de ponerle un hasta aquí a las posturas simplistas, moralistas, restrictivas y hasta degradantes que se habían venido manejando a este respecto.
Así que no me extrañan las voces que se alzan con críticas hacia estos cambios luego de cada concurso. Porque es que nuestras creencias forman parte de nuestro sistema de pertenencia, y al este desaparecer, es literalmente como si te quitaran el piso bajo tus pies. No tienes donde apoyarte y la sensación de desamparo, ante un mundo lleno de posturas nuevas, es, sin duda, intimidante.
Por eso esa noche, cuando la corona de Miss France encontró su nuevo hogar en la cabeza de una estudiante de matemáticas comprometida con un irreverente corte pixie, caí en cuenta de que estamos siendo testigos de una revolución que no solo redefine la belleza, sino que la reinventa por completo del concepto de los certámenes. La antigua fórmula del 90-60-90 y las melenas largas están destinadas a ocupar estantes de museo, mientras damos la bienvenida a una era donde la gracia en las palabras supera a “la perfección” de las figuras.
¿Y ahora qué, te preguntarás? Bueno, solo puedo decirte que “amanecerá y veremos”, porque de este nuevo capítulo recién se escriben sus primeras páginas, y lo que viene promete sorprendernos con una narrativa donde la diversidad y la autenticidad brillan con luz propia.
[1] El termino wokismo, de «woke» viene del inglés, «despierto» y usa para referirse a la conciencia en torno a las desigualdades sociales y raciales, y la lucha por la diversidad.
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